miércoles, junio 18, 2008

Una película de terror mamá

Foto Christian Alarcón

Lo que me llevó hasta ese café fue el recuerdo que tenía de las velas iluminándote el rostro y la surfiada -si se puede decir “surfiada”- conversación. Estaba yo con un ánimo bipolar, por esto de estar sin un lugar donde ir por ocho horas y que luego por ello, te den unos billetes para hacer lo que te gusta. Pocas veces se han juntado ambas cosas en mi caso, otros con más convicción lo logran más seguido, pero yo que guardo pocas convicciones sobre mi misma, nunca sé realmente que es lo que me gusta, por que me gustan muchas cosas y debiese ser hijo de Piñera para llevarlas a cabo. En resumen, mi personalidad dispersa me impide la felicidad, me repetía camino hasta Café Libertad. Sonaba en mi mp3 “Encontrar la salida de este gris laberinto, no gritar ¡Qué hice yo, para merecer estooooo!!!!, mientras la respiración tibia dejaba nubes a mi pasar. El frío de Santiago por estos días impide el caminar en las primeras cuatro cuadras, luego ya hasta agrada el hielo en la nariz. Camine con paso continuo hasta el lugar, cuando en medio de mis pensamientos se me apareció una pequeña dando brincos con un cordel, estaba tan feliz junto a su gato colocolino, que me dieron ganas de pedirle prestado el juguete, cosa que me evito su invitación luego de verme mirándola por tanto rato, lo tomé con torpeza, las primeras vueltas hicieron soltar una carcajada con desparpajo a la chica abrigada como para ir a la nieve y su gato se tiró de guata al suelo, no sé si de risa o porque una inquieta pulga le picaba el lomo. Lo cierto es que la chambonada alegre duró hasta que un grito desde el tercer piso de una casona antigua suspendió nuestras caras alegres en una expresión de culpa, su madre al parecer le increpaba con enojo que estaba cansada de decirle que no le hablara a extraños, y claro, con tanto enajenado dando vueltas, no me quedó más que mirar a la infante escapar como de un incendio rumbo hasta su hogar, el gato en tanto, siguió con reflejos felinos la punta de la cuerda por los oscuros escalones de madera. Continúe hacia el histórico café, donde me recibió una estufa prendida, un té de jazmín y música de acordeón. Allí me quedé por tres horas, mientras la noche se hacia de las ventanas y el tono cálido de las lámparas y los cientos de antigüedades que lo adornan, me llevaron a sentirme cobijada, como si estuviera en casa de mi abuela, esa de los cuentos, que te tiene leche asada cuando la visitas y una mantita tejida por ella para el frío. Estaba yo exhalando bocanadas de humo cancerígeno, cuando el mesero me preguntó si necesitaba algo, no me había percatado que los pensamientos me habían hecho soltar algunas lágrimas y mi cara estaba con esa mueca que tienen los que alcanzaron la calma en medio de la tempestad. ¡No!, le contesté sorprendida, agregando no sé por que un ¡lo siento!, no, no, sólo quería saber si se encontraba bien, mejor que nunca le contesté, estaba como en otro personaje, uno más abrigado del afuera, uno con más seres a los que recordar, uno con menos miedo al futuro. La cara del pobre tipo era como la de quien ve con ternura la locura aparecer en otro. Me pregunté porqué es tan terrible ver llorar a otro, si es un acto tan o más común que la risa. En estos días de alzas descabelladas, en estos días de zancadillas políticas que dan vergüenza, en estos días que los chicos se toman las calles para decirle a los que dirigen que no les compran sus explicaciones baratas, que sólo apoyan las ganancias de los mismos contra los que lucharon y levantaron su discurso antisistema, en los sensatos –a estas alturas- ochentas. Cómo no voy a llorar si muchos están dejando tomar leche porque el consumo de los chinos y la especulación de los mercados nos tiene comprando el aceite a mil trescientos pesos. ¿Cómo? si veo a gente brillante sintiendo que nada tienen ya que hacer parados en la tierra, preguntándose si son una carga innecesaria, en una sociedad global que está dejando a millones fuera de las cifras exitosas. Leía en el diario que Latinoamérica tiene más pobres extremos que antes, como también que los acumuladores de capital han redoblado su acumulación. Mientras acatamos como ovejitas bajo la lluvia y me agarra la rabia y rabeo mordisqueando el humo que se me escapa entrecortado. Luego me calmo, ya dije que ando de días bipolares, me contesto que esto no hará más que llevar el actual sistema económico al despeñadero y que las muertes que esto cause, serán necesarias para un cambio profundo, y me entra le fe nuevamente, y sólo espero que la claridad que veo en mi hija le sirva en este escenario convulsionado. La claridad y convicción de sus ojos cuando repara en la necesidad de ahorrar en duchas, luz y gustitos que antes nos pegábamos en el cine o en una comida. Su vida se debate entre la inconciencia de su padre que puede cubrir hasta sus más alocados gustos, que persigo con cara de molestia hasta que recuerdo que yo a esa edad era parecida y su madre que está de vacas flacas. Los que vienen me preocupan más que los que estamos, la herencia putrefacta que les estamos dejando, depredada de lecciones morales, y ya saben que la moral conservadora no es lo mío, sino la otra, esa que persigue el bienestar común, esa que pide permiso y da gracias, esa de la empatía con el dolor ajeno, esa que aborrecía la risa sobre un compañero bajo, gordito, pobre o de otra nacionalidad. Los chicos se están criando con padres que nada dicen si atropellan a otro, si tiran un papel en la calle o si son egoístas con sus pares, esa la imagen del vivo que siempre quiere ganar se apoderó de nuestros niños y que va, de quién es la culpa?. Estaba yo en eso, cuando sonó mi celular y la voz de Sofía me llamaba para decirme que me amaba y que esa noche se la pasaba conmigo, que quería que viéramos una película que había comprado a un compañero, le advertí que no estaba para películas de terror y me dijo que yo jamás le hacia asco a una cinta y menos si se trataba de terror japonés, ese psicológico mamá, me dijo entusiasmada, luego de esa frase, solté una risa estrepitosa y me di cuenta que era mejor ver la última entrega del guionista del “Aro”, antes que mirar por la ventana…

Claudia Trejos L.