lunes, julio 07, 2008

Una canción griega

Buen viaje mono

No se porqué razón llegué hasta la casa de mi madre el sábado, nunca lo hago, mi día de visita es el domingo, pero aquel día sentí ganas de verle. Estábamos conversándonos y te y las noticias del diario, cuando una llamada le cambió repentinamente el rostro, una mueca congelada se apoderó de su barbilla y sus ojos anunciaban algo difícil. Luego de cortar y tras mis más de diez ¿qué pasó?, me dice que su hermano Daniel había dejado de estar, de ahí al llanto un paso y de ahí a las llamadas un abrazo. Debe haber realizado varias mientras le preguntaba dónde había que ir, ella estaba sin una manera de hilar el pensamiento con las acciones, se movía de un lado a otro, me repetía en medio de ordenar sus cosas y abrigarse, que estaba tranquila por que le había dicho cientos de veces que lo amaba, que le agradeció las innumerables ocasiones en donde su compañía se convirtió en un respiro a sus problemas. Ellos no se visitaban muy seguido, pero si sé una cosa, compartieron más penas que alegrías.

El “mono” era un luchador que ya no luchaba, esto luego de la muerte de su mujer, la tía Marta, hace casi exactamente un año. Su vida fue pura rebeldía, nunca sintió que las cosas estuvieran bien, peleó contra la dictadura y sus atropellos junto a su familia completa y los costos que debió asumir por ello lo acompañaron hasta sus últimos días. Para que pasearse por lo que ya es sabido, encarcelación, tortura, separación, humillación. De aquello sólo guardo algunos registros, la casa luego de un torbellino, papeles sueltos, cajones desparramados, unas tazas de café sobre la mesa y yo con cerca de 11 años sin poder entender muy bien lo que ocurría, sólo que a mis tíos y mis dos primos se los habían llevado. Luego una visita a la cárcel de mujeres a ver a la Marta y otra, a mi primo Daniel y al mono y una imagen, las figuras de hueso que el Dani tallaba para matar el tiempo, palomas de paz. Más tarde la noticia que Marco estaba con vida y se encontraba resguardado esperando abandonar el país rumbo a Suecia junto a su hija pequeña y su mujer.

Luego de ser liberados mis tíos seguramente comenzaron a reconstruir sus vidas, sólo recuerdo que los volví a ver reunidos durante un cocimiento, donde llegaron todos los hermanos y sus hijos, para saludar la visita de Marco y su familia. Yo tenía cerca de 15 años y pocas veces pude disfrutar de toda la familia reunida como en aquella ocasión.

Del mono joven sé por las cosas que mi madre me cuenta, que gustaba de tejer trenzas en su pelo y que le enseñó a caminar con distinción, espalda erguida y guatita adentro, le repetía a su hermana pequeña. Que era un gozador sin culpas y que gustaba de la noche. Siempre para él la dignidad fue importante y así lo demostró hasta el último momento, cuando en un gesto inequívoco de su personalidad, limpio los rastros de la muerte antes de que acabara su trabajo.

El Daniel viejo bailaba rock and roll como nadie y su pareja preferida para ello era la mujer con la que formó una familia, que era un hombre que caminaba con orgullo, que soñaba con una sociedad más justa, que era amigo de largas conversaciones junto a sus compañeros de camino las que amenizaba con trago y cigarros interminables, que era dueño de un genio de los mil demonios y que su tozudez le valió problemas con muchas personas.

Pero del mono tío, del mono tío puedo decir lo que yo viví. Su calidez y su alegría cuando llegábamos a visitarlo con el Hernán, junto a la tía se apuraban con unas cervezas y con pichanga para picar. Los tangos eran la banda sonora más habitual y la ironía su plato preferido. Horas de conversa pasamos en aquellos días cuando grabábamos un documental sobre los bares chicha de Pudahuel, días donde supe de su personalidad acaballada y como dijo su nieto en el funeral, de su “conocimiento de la calle”, de su desconfianza con lo que se veía bonito a primeras luces y de su compromiso irrevocable con la lucha política.

El tío fue el primero en aparecer cuando mi padre falleció, siendo el gran apoyo para mi mamá junto a la Marta que se preocupó de llevarnos unos panes hasta el Hospital Salvador, de que no faltara el agua, un café o una bebida. Fue al tío al que mi madre llamó cuando me vio con 41 grados de fiebre sin explicación razonable, él como sabía de la vida más que muchos, descubrió con sólo algunas preguntas que tras aquella bestial fiebre se escondía la culpa de un aborto y se apuró en llamar a la ambulancia que me salvó de morir en silencio. Por eso fui (como nunca lo hago) a cada una de las estaciones que conlleva una despedida, por ese agradecimiento que tal vez en vida no supe expresar. Pero aquí estamos rindiéndole el tributo que de mi parte y seguramente de muchos merece, gracias tío mono, gracias por estar en esos momentos y perdones por no haber estado en los tuyos. Los que te aman decidieron que la mejor canción para decirte adiós era aquella que bailabas con destreza y que llenaba tu rostro de locura y alegría, aquella de la película Zorba el Griego.



Yo te despido con “Tus ojos se cerraron” porque es aquella canción la que alguna vez de los 90’ cantamos juntos, tu a tu madre y yo a mi padre…