Ayer subí hasta Sewell, el pueblo minero enclavado a 2.500 metros de altura en la cordillera de Los Andes (VI región).
Me enamoré del camino rocoso, a pesar que jamás me ha gustado lo seco, si me encantó la historia que fui conociendo camino a la ciudad laberíntica de escaleras y casitas de colores, que en sus inicios recibió el nombre de pueblo hundido y que me parecía cada vez más, una historia semejante a la construcción de las grandes obras arquitectónicas del mundo, por la inmensa travesía que significó construir una ciudadela en medio de cerros hasta donde no llegaban caminos, trenes, grúas, ni aviones.
Paulo Soto (un compañero de periodismo que me encontré trabajando para CMS – ABB una de las empresas contratistas que trabajan para Codelco) fue nuestro guía en el serpenteante camino hacia el pueblo americano encaramado en el cerro negro. Allí nos contaba la historia de cada lugar, de cada construcción abandonada, de los túneles que aparecían como portales hacia la época dorada del lugar que recibió el nombre en honor al primer presidente de
Autor: Cristian Becker
Paulo nos relataba que cada habitante de Rancagua tiene relación con la mítica ciudad minera y como no, si luego que el estado comprara el 51% de las acciones e iniciara lo que denominó “operación valle”, trasladó a los habitantes de Sewell, Caletones y Colón hasta Rancagua, momento en que la mina subterránea más grande el mundo fue bautizada como “El Teniente” y comenzó a desmantelar su poderosa historia.
Sabían que en Sewell existían edificios para solteros llamados camarotes y viviendas aisladas unifamiliares, que la norma interina debió instaurar ley seca para evitar ausencias laborales y accidentes (La seguridad en la minería es un gran tema y más aun es una época en donde no se contaba con implementos y con la tecnología actual, donde zapatos con puntas de metal, casco, arnés, baterías con luces, oxigeno de emergencia y rastreadores, evitan los altos índices de mortalidad de antaño). Así, la ley seca, provocó el mercado negro de licores y las más astutas formas de ingresarlo hasta la mina, algunos mineros fueron sorprendidos por su extraño aumento de peso, provocado por decenas de botellas en su torso, otros fermentaban –completamente alejados de la higiene- las frutas, y así la astucia convirtió a algunos en expertos contrabandistas al estilo del oeste.
Siento, eso sí, que como lo que ocurre con Valparaíso, el estado no cuenta con una política de mantención del patrimonio arquitectónico del país. Sewell es sólo un pueblo con una asombrosa historia de empuje y valentía empresarial y de sus trabajadores, lo que queda de él, son alrededor de 15 edificios, es decir el 10% de la ciudad original, lamentablemente, ni siquiera estas 15 cuentan con una mantención decente, en su interior nada recuerda la gloriosa época de sus inicios, donde lámparas de lagrimas y muebles de las más finas maderas vestían sus interiores, no existe aquí un museo que valide todo lo que se oye, todo fue desmantelado y robado año tras año. Una pena, una real pena, los chilenos en general, borramos el pasado, por eso volamos sin rumbo en el presente.
En la actualidad, Sewell es un área de trabajo donde aún siguen en operaciones el Concentrador del mismo nombre y unas pocas instalaciones industriales, y al cual se accede en vehículo por un tramo de