El eterno retorno

Este fin de semana regrese a la calma y al silencio, la caravana incesante no me quito el sueño y el ruido de las voces buscando soluciones no llegó a alcanzarme. Por mi hubiese estado viviendo en aquel lugar interminable que necesitan mis ojos, pero que rehuyo por el temor que traen las horas en silencio, el mismo que busqué, como única cura posible.

Caminé largas horas sin equipaje, más que algunas canciones que alabaran la peregrinación, porque hay peregrinaciones que no llevan si no al santuario que guardamos, despojados de construcciones, imágenes y mercaderes.

En calle Huérfanos vi pasar niños embetunados de dulce, madres despeinadas y cansadas, mujeres caminando en pasarela, arropadas con vestidos y blusas que flotaban junto a su ego, Hombres regalando un te quiero en bolsas de multitiendas, otros, riendo despreocupadamente con el humorista de turno y muchos, con su mirada depositada en el vacío, con la esperanza perdida por los abusos, buscando al culpable más allá de si.

Abrace a los que regalan abrazos, me quede como media hora abrigada por su ternura, ni uno de los dos dijo nada, una sonrisa al partir sello la entrega. Hay quienes no saben abrazar y cuando lo hacen su cuerpo pareciera alejarte sin hacer. Otros en cambio, nacieron con el don de amar en un abrazo, de sanar con el solo hecho de rodearte, de encerrarte en ellos. Debe ser que mi familia es de abrazos largos, mi madre los exige y te masajea la espalda mientras lo hace, mi hermana te desarma en uno, alocada te zarandea de un lado a otro, mi hermano suele apoyarse cuando su alma está cansada…

El sábado reencontré mucho de mi, mis ternuras olvidadas, mi verbo adormecido, la calma perdida en el vaivén de mentiras, la risa espontánea, el sábado regresé a casa y pude mirar sin miedo lo que soy.